Compases eróticos en “La música de la vida” de Ramón Antonio Jiménez
Por Eduardo Gautreau de Windt (17-01-14)
La música de la vida se inicia con los sonidos simples: los latidos. Ellos son los primeros sonidos que emite el nuevo ser una vez que tiene identidad biológica:
Tu
Señor
estás en la piedad de tu centro
diciendo tu voz
en el latido de la sustancia (pág. 69).
Señor
estás en la piedad de tu centro
diciendo tu voz
en el latido de la sustancia (pág. 69).
Y los latidos son también los primeros compases que escuchó, una vez que adquirió la facultad de oído: los latidos de su madre, junto con su respiración y su voz; cosas que sugiere en el siguiente texto:
Y comienza
con otras gotas
una memoria
como en un útero
buscando nacer voz
en otro universo) (pág. 93).
Y al tener voz de poeta le dice a la madre:
Yo no sabía
que tu corazón invencible
era un cielo
para estar siempre de niño
y tú siempre de madre (pág. 92).
El aparato auditivo se termina de desarrollar aproximadamente al tercer mes y medio. Recién a partir de ese momento comienza a captar, en primer término los sonidos intrauterinos (aproximadamente la semana 14/15 de gestación). Los sonidos dentro del útero son diferentes a como los podemos oír nosotros, ya que son atenuados por el líquido amniótico. Antes de llegar al feto, deben atravesar la pared abdominal y la atmósfera sonora que se encuentra dentro de la bolsa. En cambio, la visión se adquiere hasta más allá de un mes de haber nacido, pues el recién nacido todavía al mes ve muy borroso y a muy corta distancia. Pero, contradictoriamente, a lo largo de nuestras vidas, no sabemos escuchar lo que nos brinda el Universo y pretendemos ver para creer.
En La música de la vida un artículo escrito por Hazrat Inayat Khan, en una bitácora digital sobre temas sufista, leemos: MÚSICA, la palabra que utilizamos en nuestro lenguaje cotidiano, no es otra cosa que la imagen de nuestro Amado, y es por esta razón por la cual amamos la música. Para más adelante manifestar: “Nuestro Amado es aquello que representa nuestro origen y nuestra meta; y lo que vemos del Amado con los ojos físicos es la belleza que se nos muestra alrededor; y la parte de nuestro Amado no mostrada a nuestros ojos es aquella forma interior de belleza de la cual él nos habla. Si escucháramos la voz de toda la belleza que nos atrae en cualquier forma, encontraríamos como en todos sus aspectos ella nos cuenta que detrás de toda manifestación está el Espíritu Perfecto, el espíritu de la sabiduría.”
Cerremos, por favor, nuestros ojos, y realicemos un pequeño ejercicio de abstracción concentrándonos en lo que escuchamos ahora:
Cerrados los ojos
mírame dentro de ti
y verás
todos los hombres
que he sido) (pág.134).
Ahora, aléjense de mi voz… vayan más allá de ella. ¿Qué escuchan? ¿Qué pueden identificar entre las expresiones sonoras de esta tarde? Entre los ruidos, dispersa hay también música. Ahora, concentrémonos un poco más, pensemos en el Principio; el gran principio: Imaginemos la oscuridad total, el enorme silencio que antecedió a todo; ahora, el suave sonido del espíritu sobre el vacío. Escuchemos el soplo de Dios aleteando sobre las aguas:
El agua
Señor
es sustancia de tu voz) (pág. 132).
El movimiento de estas aguas separándose:
Ahora
el mar
es solo un sonajero
en vigilia) (pág.133).
La explosión de la Luz al ser creada, por su palabra:
Ahora
Señor
Tu voz finge ser viento (pág. 40)
En el siguiente fragmento el poeta Jiménez nos hace recordar aquel pasaje bilblico donde la Voz creó la luz con solo enunciar Fiat lux:
Es la tarde
Y sobre las aguas
la luz se quiebra
se hace cristal
blandos paisajes
cerradas habitaciones
de voces… (pág. 133).
Luminoso es también el decir del poeta en esta parte:
Quizás estamos
del otro lado
soñando esta ribera (pág. 111).
Por favor, abran los ojos:
“No es una casualidad que hayamos pasado a este lado en el tramo del tiempo (…)” (RAJ), con lo que les he dicho: palabras propias entremezcladas con las palabras del autor. Primero fue el sonido antes que la luz. Primero fue el sonido de su soplo y luego vino la palabra. Y luego vino todo lo demás.
Cada análisis de una obra no deja de ser una visión parcial de toda la obra en cuestión. La Música de la vida del poeta interiorista Ramón Antonio Jiménez, es una selección personal de la totalidad de su obra poética y narrativa, publicada hasta la fecha, que puede ser abordada de múltiples formas.
Podría hablar de la Voz, como clave del simbolismo de la poética de Jiménez; o de la mirada, entrelazada con la distancia, el horizonte y la luz, constantes presentes en su lírica. Podría desglosar el tema de la nostalgia como argamasa para todo lo escritural, de este francomacorisano, tanto en lo poético como en su narrativa. O el conocido tema de la otredad, manejada con maestría desde el punto de vista espiritual, no del manido enfoque de lo filosófico. O su acercamiento a lo místico, a través de lo lírico, y caer en una correspondencia ético-estética, que tanto me apasiona. Pero, no. Después de superar la tentación de plantearles aspectos técnicos en lo formal, del estilo poético de Ramón Antonio, respecto a algo que vengo siguiendo en muchos poetas criollos, sobre la medalaganaria división vérsica, partiendo del verso como unidad básica del poema y su identidad y valor individual, me topé con otro aspecto que vengo persiguiendo, para desarrollar por completo, desde un conocido abordaje, realizado por mí, ha mucho tiempo, respecto al erotismo y la mística.
Nadie que conozca la poética de Ramón Antonio Jiménez dudaría del profundo carácter interiorista de la misma; de su veta cuasi mística, por los altos linderos que ronda. Es la suya una de las voces más claras y definidas de la poética interior, definida y esbozada por el fundador de la misma, Dr. Bruno Rosario Candelier. Y yo, que he perseguido las posibilidades del desarrollo de la vertiente erótica dentro de la poética interiorista, rasgos que ya he señalado, junto a Carmen Pérez Valerio, en la poesía de Tulio Cordero, otro de los grandes de nuestro movimiento, identifico en Jiménez un acendrado tono erótico a lo largo de todo su quehacer poético. Basta iniciar La Música de la Vida para escuchar el melodioso erotismo de su poesía, en el concierto armónico de sus palabras reveladas:
Ya que he visto
la rosa de fuego
que se abre
íntima
como una mujer
que está sola
mirándose desnuda (…) (pág. 23)
Y a la página siguiente decirnos:
Arremolinado
de blancos espermas
es viajero del viento (…)
O al inventariar las palabras
para reconstruirse, en palabras del propio autor:
...en un juego de mayores
de jugadores diestros que se distraen
confiados (…) (pág. 26)
...sin tropezar con las palabras (pág. 33). Eso dice en uno de sus versos Jiménez, con lo que se ajusta a la sintaxis que hace la obra original, fluida y da cuenta de verdades intuidas.
Ya que para él, muchos de los misterios de la vida han sido revelados; y otras tantas de las cosas sencillas son manifestaciones de la divinidad: por lo que su visión es honda, sublime, pero no complicada, al igual que su forma de escribir, los términos usados, todo con lo que construye su universo escritural. Tiene el don de expresarlo con belleza, naturalidad y magnificencia, la magnificencia de la creación y de su Creador, libando un fino y destilado erotismo:
La redondez
no se acomoda
en el ojo
que solo mira
el presente (pág. 36)
Pregunto yo, ¿Acaso no es a través del mirar que se capta elegantemente lo erótico? ¿No es lo erótico, silente manera de hablar entre las almas por medio de los cuerpos?
Tú que crees
saber algo
que piensas
que el misterio
es solo una palabra
pregúntate quién eres (pág. 51).
¿No hay, en estos versos un enigma místico en fronteras con lo terreno? Recordemos la estrechez existente entre ambos campos, que a veces parecen no tener linderos, límites precisos. Por eso, muchos de los versos y poemas de Jiménez me recuerdan al amor entre el pastor y la Sulamita o lo que proclama el amado en la noche oscura del alma del enigmático San Juan de la Cruz:
Ella
no sabía
que el lobo estaba
inédito en la carne
ni el lobo
que fuera tan fiera la niña
en su audaz sonrisa (pág. 52)
Y continuando, diremos, con el poeta:
Hay sombras
que buscan un cuerpo
para incorporarse
y hacerse
espesor de deseo
tacto de llovizna
que despierta
en dulce aroma
de pequeña eternidad (pág. 53).
En estos últimos versos, de un refinadísimo erotismo, encontramos dos de los símbolos más constante de la erótica de Jiménez: el deseo y el tacto, y que aparecerán de manera repetida a lo largo de los poemas señalados.
En el poema que continúa, y que es el que da título a todo el volumen, nos canta:
(…) que eres carne en la fruta
flor que enamora
en aroma al viento
que hace rizos en las aguas
que es también la sangre
el húmedo latido
para la música de la vida (pág. 55).
Dios es amor, y el amor es encarnado en los hombres y el amor se hace de carne y con la carne. Unión mística, más allá de la erótica. La unión divina del amado con quien le ama. Y en Hacia la otra morada (pág. 74) inicia más abiertamente diciéndonos:
Dilatados
en la memoria del deseo
se hacen bellos los cuerpos.
Ya en la página 80 cae en Éxtasis:
Sin jadear
subimos a la cumbre
Redonda la mirada
digo
es un cielo estar aquí
Y plagio un poema
regalarte el paisaje
Tú ríes
El valle es un mar
represado por dos cordilleras
Y granas
de luz en acuarela
tus ojos almendrados (…)
Respiro distancia
Me expando dentro
en amor líquido
En mis ojos
se enmaraña el viento
en tu pelo
Grito tu nombre
y vuelves a reír
Ahora, quiero decir con el yo erótico que canta el poeta:
Cada hombre
con su abismo
su otredad bifurcada
en lámparas enmudecidas
Ahondado en la carne
se extravía dentro
trastrueca su rostro
y teme en el regreso ser otro
una pequeña muerte
de puñales helados (pág. 82)
Mas, desciende de lo abstracto a los más tocable, para expresarnos:
Ciegas
en su oscuro tacto
las manos precisan
las certeza de lo tangible (pág. 118)
...y llega a la más alta cumbre en Ritual:
Desde tu ventana
la ciudad es un lienzo
embriagado de luces
en tu cuerpo
Y hay en tu risa un cisne
que conjura a la muerte
Escancio palabras en tu oído
Y asciendo hacia ti
hacia la otra que eres
Tú llueves en ternura
en remanso de aroma hacia mí
hacia el otro que soy
Acontecemos
sin límites hacia el tacto
La ciudad ya no existe (pág. 120).
¡Qué magnífico vuelo, qué sublime forma de cantarlo! Muestra de que el erotismo, el verdadero erotismo acerca tanto las almas, por medio de los cuerpos, que se acercan a Dios.
Por las rutas del deseo, el yo que canta confiesa que sabrá qué hacer con tanta belleza (pág. 130) y migra hacia la carne, abiertamente:
Habitemos estos cuerpos
Es hermosa la desnudez
cuando el tacto es una voz
Me desvisto de mí
para que te puedas ver
se hace carne el aroma
y solo eres la mitad de ti
Digamos un silencio (pág. 159)
Y traza la diferencia con El ángel, cuando lo describe:
está solo dentro de él
sin carne para el placer de lo fugaz
aturdido de belleza (pág. 173)
...y vuelve sobre el deseo, en La desnudez: Sagrado andar / de felino incorporado / estar sin nombre / para que el deseo / sea un nuevo atavío (pág. 181).
Cierro el círculo vérsico con el poema Cosmogonía:
Antes del principio
fue lo inenarrable
lo que era sin límite
sin distancia en su mirada
para la ilusión del horizonte
Luego fue la voz
y el vacío creó los cuerpos (pág. 246).
La mayor unión entre dos humanos es la unión consumada por el amor, por medio de los cuerpos y las almas. La cópula es la cúpula de toda unión carnal y espiritual. El erotismo es canto sublimizado a lo tangible amado, deseado, cual es el canto místico con lo amado y deseado superior y etéreo, intangible. Lo erótico va de lo tangible a lo intangible, elevando el espíritu. Decía el inmenso Octavio Paz, “Erotismo y poesía: el primero es una metáfora de la sexualidad, la segunda una erotización del lenguaje.”
Hoy, que el mundo se vuelca en celebrar la imagen, y que la mayoría preconizar el ver sobre el escuchar: La música de la vida, de Ramón Antonio Jiménez, nos erotiza con el lenguaje a nivel cuasi místicos, bordeando los linderos de ambos campos a través de su destilada poesía. Y vuelca sus cantos al cuerpo, al toque de cuerpos que se desean para amarse. Por eso, en su alto simbolismo erótico, con alta dosis estética, nos regala poemas en donde la amada, el amado, utiliza su otredad como punto de encuentro, de unión terrena y placentera de alto vuelo, para por medio de la consumación de ese deseo se logre el pase a la otra orilla. Y le canta a los cuerpos como le canta a la naturaleza cual consumación y presencia de la magnificencia del Creador.
Retomemos las palabras citadas de Inayat Khan: “Si escucháramos la voz de toda la belleza que nos atrae en cualquier forma, encontraríamos como en todos sus aspectos ella nos cuenta que detrás de toda manifestación está el Espíritu Perfecto, el espíritu de la sabiduría.”
La veta erótica en la obra de Jiménez, es intrínseca a su canto a lo bello, a su canto a la creación y al Creador. Y en su sensualidad el autor reconoce el cuerpo como templo, conforme a los orígenes del erotismo; templo de encuentro de lo tangible, la carne, y lo intangible, el alma; por lo que soma y ánima, en unión indisoluble son necesarios para amar, para encontrarse y hacerse uno, en la otredad de la consumación, con visos espirituales, en este camino difuminado y tortuoso, para el perfeccionamiento del ser, hasta que alcance la otra orilla, por medio del amor. Me quedo con los compases eróticos de la Música de la Vida, pues es la melodía que me alienta a continuar persiguiendo alcanzar lo intangible por medio del amar.
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